Mucha gente me ha preguntado qué pasó en mi vida para que dejara de bailar, y abandonara aquello por lo que había lucha prácticamente toda mi vida. Yo misma me lo he preguntado, casi todos los días pienso en que nada me motiva tanto a seguir adelante, nada en mis días es tan importante como lo era ir al trabajo y mostrar que podía ser mejor que el día anterior, como esperar con ansias un coreógrafo nuevo y demostrar que podía aprenderme lo que nos montara, coser las puntas con dedicación, dormir para bailar, comer para bailar mejor, cuidar de las cientos de lesiones y pequeños dolores para que no fueran a crecer y convertirse en un problema. No puedo describir cómo es que una niña de 9 años puede entender la importancia de no fallar, porque si falla, falla también en su vida; cómo es que una niña puede entender y sobrellevar esa responsabilidad tan grande.
Durante 20 años viví experiencias innolvidables, muchas de ellas sumamente difíciles y otras extraordinarias. Recuerdo haber amado mi escuela, cambiar de color de moño era como subir de categoría, cada repertorio nuevo era un logro, cada Cascanueces en Bellas Artes era una experiencia maravillosa (la primera vez que salí de angelito en Bellas Artes me caí...). Los cursos de verano donde me enfrentaba a cientos de niños con hambre y deseo de bailar, me daba miedo que su esfuerzo y trabajo me rebasara. El dolor de estar lastimada, no tanto físico sino emocional al ver que no avanzo y todos los demás sí. Vivir sola fue también algo para lo que estuve preparada desde pequeña pero no evitó sentirme sola cuando por fin tuve que hacerlo.
Dentro y fuera del salón de clases hubo experiencias interminables, porque todas las horas del día eran danza. Aprendí que en 5hrs de ensayo uno descubre que siempre puedes dar más que lo que crees que eres capaz; aprendí que un movimiento simple de brazo puede ser trabajado hasta sentir que mueves la brisa del perfume que traes puesto, un pie dentro del escenario es la continuación de una conversación que comenzó años atrás entre dos personas, aprendí que la música dice más de lo que podemos escuchar ordinariamente, aprendí que la belleza se descubre y se trabaja, pero que puede estar en las cosas más simples. Aprendí que si me digo que puedo antes de hacer algo, siempre podré. Fuera del salón aprendí a estar sola, a soportar los fracasos y a despedirme de las cosas y las personas importantes. Hasta que un día me dí cuenta que había aprendido más fuera del salón que dentro, que lo que había aprendido bailando me iba a servir para toda la vida.
Ahora no veo que faltar a clases o hacer un mal trabajo sea una tragedia, no veo que represente un fracaso que marcará quien soy. Muchos pensarán que no tengo un motivo tan fuerte para despertarme y levanarme cada día. Pero yo veo que no importa lo que pase, siempre habrá otra oportunidad; yo veo que también las cosas mundanas se merecen tiempo, veo que la vida se puede disfrutar más allá de las misiones que tengamos, veo que no tengo que ser un héroe para ser una persona valiosa.
He vivido más situaciones difíciles que la mayoría de la gente de mi edad, y que quizá algún día escribiré, pero no me he muerto, ni devaluado como un carro.
Así que creo que uno debe bailar hasta gastarse las enseñansas e ir sobre lo que nos permita usar lo que hemos aprendido, uno debe vivir aquello que le permita seguir creciendo, uno debe estar en donde pueda hacer un cambio positivo, en alguien o en algo o hasta en sí mismo.
Por eso dejé de bailar, porque en realidad no he dejado de ser bailarina, pero quiero descubrir que el valor de una persona no está en lo que hace. No se aun cuál es la respuesta, no sé qué hace valiosa a una persona, pero se que va más allá de una profesión, se que está en lo que aprende dentro y fuera del salón de clases, se que son las veces que se ha levantado, enamorado, triunfado y perdido.
¿Qué es lo que hace valioso a un ser humano? ¿Qué me hace ser valiosa aunque ya no baile?
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