“Los mejores museos convierten el
tiempo en espacio…”
Ningún museo me ha hecho llorar
antes, ninguno ha sido tan honesto, tan sencillo, tan vano como El Museo de la
Inocencia.
La mejor manera de hacer arte, quizá
la única verdaderamente sincera, es convertir un objeto cualquiera en el centro
de sí mismo; resaltar que tras haber tenido una vida llena de usos y fines
prácticos, al final, sigue siendo un objeto simple, gastado, pero lleno de
historia. Un cenicero por ejemplo, un cigarro que fumó por última vez una
pareja antes de separarse, una mujer que tomó una decisión irreversible y tomó
del vaso un trago de agua. Al final, el cenicero sigue siendo un utensilio, al
igual que el vaso, pero verlos a ellos especialmente y otorgarles importancia
porque fueron testigos y cómplices del tiempo de alguien, eso es tener
conciencia de la vida…
Al final todos somos objetos
utilizados, todos cumplimos deberes y perseguimos objetivos, y sin darnos
cuenta, vamos acumulando cosas en el camino, vamos asociando momentos, sentimientos con olores, lugares con sabores y terminamos con un montón
de cosas que nos ayudan a reconstruir nuestras memorias.
Yo por ejemplo, supe esto desde niña,
inconscientemente claro; guardo desde los 7 años una caja con objetos: un
cepillo de dientes para bebé, fotos de mi perro, cartas, ligas para el pelo, unos
cigarros soviéticos de mi tío abuelo y las sortijas de casados de mis papás…
Además, ¿qué pondría en mi Museo?
En mi Museo:
Mi primer uniforme de ballet manchado
con helado de grosella
La carta que me dio mi papá cuando le
dije que no podía ser bailarina
El retrato de mi tía abuela colgado
en el cuarto de Moscú de mi abuelita
Un hieloko
Toda mi colección de puntas
Las herramientas de mi Papá Miguelito
y si pudiera el olor de su casa, lo primero que recuerdo al llegar a México
Todos los libros de mis papás
Los aretes que me regaló Ale afuera
del Auditorio Nacional (¿o fue del Flores Canelo?)
Los correos que me mandó a diario con
canciones de los Smashing Pumpkins
Todos los CD´s de Placebo
Una bandita de pelo de Tadeo y la
olla de barro de los frijoles
La ristra de ajos y chiles
La botella de cerveza que me tomé
cuando conocí a Fabián en Topaz
El ultrasonido
A Blooney, por supuesto
Mi cuaderno de árabe
El collar que me dio Kubba
Un cuadro de Mark for Peace
La bandera de Palestina que me dio el
Embajador
La nota que me dejó Beto en la casa
de Selene después de la fiesta
Mis programas de las funciones
La caja de hilos y agujas de mi
Babuska
El collar de Gala y la pelota de Cira
El calcetín que cargo de Michelle
Y por supuesto… el perrito de peluche
idéntico al que tienen mi papá
Estoy tan feliz de poder atrapar los
momentos así, a través de las palabras, de los objetos, de las lágrimas. No puedo
ser más feliz de poder creer en el amor y de poder hacer de él una forma de
vida. Estoy feliz de conocer a las mejores personas de este mundo y mantenerlas
cerca, estoy feliz de saber dejar ir a aquellas que no son las mejores…
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