domingo, 18 de septiembre de 2016

Relaciones abiertas y gatos libres

Cada vez estoy más convencida de que soy un gato.

Cuando veo que los gatos no están obligados a decidir sus relaciones, a escoger si son gatos amigos o novios, gatos amantes comprometidos o sólo de callejón. No se relacionan como intentamos los humanos.

Los gatos llegan y ronronean hasta que se sacian, nadie les pregunta si fue mucho o no fue suficiente. Sus relaciones son, a veces más frecuentes, a veces menos amorosas, son relaciones gatunas, relaciones cálidas, relaciones graves, relaciones pasionales, relaciones indiferentes, relaciones suficientes...

Debo ser un gato, porque cuando estoy contigo quiero acostarme y oler tu cuerpo, no sé cuánto, ni hasta donde. No sabría si es demasiado o muy poco. Ni quiero saber si me es permitido ser como soy.

Luego, quieres pretender que no existo. Y pienso ¿Hasta dónde ser contigo lo que soy cuando estoy contigo? Todo esto sería absurdo si fuera un gato.

Y a la vez, dudo si soy ni siquiera un gato, porque a veces me espero a ver si me seguirías. Mejor no, no me busques, porque traerías tus preguntas... ¿hasta dónde? ¿qué tan cerca? ¿cuántas veces? Qué fastidio no saber contestarlas.

No se nada, ni medir la distancia de mis palabras, ni calcular la profundidad de mis miradas. Pierdo la cuenta de los encuentros nocturnos y de los fortuitos.

Relación "cerrada"... ¿mis labios, no te dicen nada? o relación "abierta"... ¿hasta dónde escuchas un concierto?

Voy a pretender que no entiendo. Me voy maullando.

El croar de las ranas

Hace quinientos años, los mismos pasos sonaron entre las paredes mudéjares del alcázar. Era yo quien caminaba, y desde entonces, he estado viva. La noche me abría los ojos y mis oídos vibraban con mis propios pasos; escuchaban a las ranas. Primero una, luego otra, después era un ruido más fuerte que el de mis pensamientos. Me daba miedo, todas así gritando y resonando en mi pecho, pero prefería eso que pensar. Siempre he preferido sentir. Desde hace quinientos años, el croar de unas ranas me enseñó a huir de lo que pienso y entrar en lo que late, porque lo que duele es bueno.

La misma mujer escuchando a otras ranas, caminando. Otras ranas enloqueciendo a la misma mujer, que camina sola por su jardín de azares.

domingo, 4 de septiembre de 2016

La mujer perfecta

¿Quién es la mujer perfecta sino la que ha estado rota y de sus fragmentos ha hecho un vitral inimaginable? La mujer perfecta siente celos, los trenza bellamente y los carga consigo, los llora y ama con orgullo, por ser suyos. La mujer perfecta se lleva sí misma a todas partes, no huye, cierra los ojos y respira profundo para caer más hondo dentro de sí. Ahí se encuentra, se levanta, se consuela, y sigue caminando. La mujer perfecta tiene ganas de amar y ama, sobre todo ama estar viva para poder tomar café, para poder hacer el café y compartirse. La soledad y la sincronía son parte de la paz que busca en el mundo. A veces llora también con ese mismo mundo, por sentirse traicionada o indefensa. No es una heroína ni una santa, a veces depende enteramente de unos brazos para pasar la noche. La mujer perfecta no vuela, no la define un hombre, se define a sí misma. Es terrestre y hasta subterránea. Se equivoca, se cae, se decepciona repetidamente; pero es la mujer perfecta cuanto más se caiga, cuanto más se decepcione y cuanto más camine por este mundo con orgullo de ser ella.