De tu cuello que huele a humo, a sales, a ti.
tu sangre cálida, dos cuerpos calientes.
Perdidos el uno en el otro, dolientes.
Cansados del amor que no logran contener.
Exhaustos de amar sin ganar terreno;
Ella de llorar hasta rasgarse las entrañas,
Él del peso que deshace su pecho grande.
Yacen inertes, entumidos, anestesiados de dolor.
Y mientras tanto amanece y un tren pasa,
Y ella quieta se aleja y avanza con el compás de las vías,
Por la ventana se ve que aún lo abraza, que lo retiene a toda costa,
Pero él ve que se aleja y la pierde,
Y el peso en su pecho le impide moverse, respirar, llorar.
No la quiere dejar, odia ese tren de madrugada cuando aún la huele húmeda en su mano.
Se han buscado toda la vida, sin esperar nada.
Cuando se encuentran no saben qué hacer y se derraman,
De emoción, de celos, de alegría.
Pero después de un año se han cansado,
Lo que quieren es que sus almas se fusionen igual que sus cuerpos abrazados inertes aquella madrugada.
Y como el ave fénix renacerán del amor quemado,
Pero lentamente porque ya no tienen prisa.
Ya se encontraron y el tiempo es suyo,
No hay otro para ella ni otra para él.
El amor cansa a veces.
A veces duele, pero ya no pueden vivir el uno sin el otro,
Porque son lo mismo,
Porque se pertenecen,
Y hasta que se contengan sus almas como sus cuerpos saben,
Tratarán de levantarse y dormir las horas largas de la agonía.
Pero nunca solos, para no saber a dónde lleva el tren que la aleja,
La aprisiona y él sucumbe.
Aquella madrugada de una noche larga,
Donde ella lo abraza casi como a una presa para que no caiga,
Que no se rinda, que no acabe solo.
Y él la siente, sin tiempo.
El tiempo de él se siente en los dedos, en la piel, en las narices;
El de ella no, ella ve el reloj y cuenta las horas que faltan para que amanezca,
Son las horas que lo tendrá herido, como ella, más débil esta vez.
No están vacíos como dicen,
Se sienten adormecidos, palpitantes,
Pero vacíos no, están llenos del otro;
Él de ella que se aleja en el ruido de las vías,
Ella de él que se deja caer en el vacío,
Casi muerto.
Pero no lo deja y no lo dejará nunca,
Mientras ella viva.
Lo que queda es la sensación de ´a ver qué pasa´,
Pero esa no es una opción,
La única es hacer que pase o esperar que suceda, renacer.
Ella, que mide el tiempo en horas,
No exactamente una a una sino en todo menos una,
Cada hora hacia adelante es una menos que le quita
al infinito.
Ella que luchaba por atrapar cada valioso lapso,
No instante,
Su tiempo era en bloques,
Sentía que dormía con una parte distinta de su
amante.
Una hora con su humor, una hora con su genio,
Una hora con la desesperación.
Y cada una sanaba lo que tenía que sanar,
Y restauraba dejándolo todo claro;
Cada hora era una hora menos de caos
Y una hora menos de vida,
Pero la resta siempre quedaba con la perfecta
armonía de la tranquilidad.
Era un campo de batalla
que mostraba dos cuerpos unidos, vencidos, entrelazados.
Sin futuro pero con
todo el presente que les latía en la habitación rosa,
Un santuario que engullía
todo, hasta lo fatal.
Esa era su trinchera,
no se hubieran rendido nunca si no hubiera amanecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario