A ti y a todos los mininos que alguien pudo haber
tenido y que no llegué a conocer nunca, por algo de mala suerte, por inmadurez
o por actuar precipitadamente, quiero rogarles que nos perdonen. Perdóname no
haberte ni siquiera besado antes de enterrarte lejos bajo un manzano, o un
aguacate, no importa. Me alegra que por breves noches, tú así como ellos,
lograste despertarme, por razones que no entiendo y no quiero seguir
investigando. ¿Qué sonidos abrías hecho de haberte escuchado allí dentro?
Hubiera quizá escuchado algún maullido, algún reclamo sordo a las inconsistencias
de la vida. No me atormento pensando en que debí dejarte ser, no me arrepiento
de haberte limitado antes de poder darte la vida, solo pienso en lo frágil que
es el alma que se deja conmover por un ser tan diminuto, tan frágil que puede
ser tirado a la deriva porque no ha aprendido a defenderse, ni a respirar en
ese caso. Así que a ustedes, a ti, y a todos los mininos de este mundo que no
llegaron a abrir los ojos, les digo que seguramente lo hubieran llenado de
ternura, pero han sido las almas, sus almas, las sacrificadas sin rencores para
hacernos a nosotros, a mí, a los que erramos tanto, seres un poco más
sensibles.
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