-Quiero vivir una y otra vez, por cada vida que nazca antes, después o lejos de él, quiero volver para buscarlo.
-Es una larga espera, dijo la voz.
-Pero una sola vida no es nada para quien espera en la siguiente encontrarse con quien ama.
La voz tuvo paciencia, se divertía un poco mientras ella vivía tantas veces.
Un día nació y tuvo que ocuparse, no hubo tiempo de buscarlo, no se acordó siquiera. Un día nació y se encontraron muy tarde, él la dejó en el
hospital. Un día nació y él era un niño todavía. Un día nació y él no existió nunca. Un día nació y le dijo que no la amaba. Un día nació y se casó, se arrepintió más tarde.
La voz era condescendiente, le ofreció una salida; le dijo que por cada renacer se pierde aquello que antes los unía, le dijo que los dioses ya los habían perdonado y que cada ser podía vivir sin encontrarse, le dijo que la soledad ya no existía entre los hombres como castigo.
Ella calló y volvió a nacer. Y cada que nacía caía más y más hondo en un abismo, se acostumbró a morir, a nacer, a dejar ir.
Un día por fin se encontraron, ella ni siquiera intentó. Ya lo odiaba, por todas esas vidas en que ella lo buscó, en que ella moría y nacía de nuevo para perderle y encontrarle, y él solo vivía. Al final lo odió tanto que no tuvo nada que decirle, nada que perder y nada por lo que nacer de nuevo.
Era un día soleado, pero ese día no nació nadie.
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