02/06/12
La joven se
hallaba en aquella habitación por primera vez, aunque no recordase en donde
había estado hasta entonces, la sensación que le producía esto era más bien de
familiaridad y no de desconcierto ni mucho menos de pánico. Estaba en un cuarto
blanco, al parecer cuadrado y muy amplio. A primera vista no se veían ventanas
ni puertas, tampoco focos que emanasen la intensa luz que se percibía
homogéneamente en todo el lugar. Estaba sola y empezó a caminar. Pensó que si
caminaba a lo largo de una de las paredes eventualmente llegaría a una puerta o
a algún lado, pero ni encontró la puerta ni tampoco llegó nunca a una pared,
más bien parecía que esta se alejaba y hacía la estancia cada vez más grande
conforme ella se le acercara. Se sintió un poco sola y cansada de caminar, así
que se detuvo un momento sin desesperarse a pensar en qué debía hacer a
continuación. Vio a su derecha un sillón con dos cojines cuadrados y respaldo
bajo, y justo al lado había una mesita de vidrio con un libro encima. Le
pareció buena idea leer un poco para pasar el tiempo.
-Parece como si
esperaras algo- dijo de pronto una voz.
-Si algo así-
respondió y giró la cabeza para saber quien se encontraba ahí. Era un joven no
muy alto, a penas unas pulgadas pero varios años mayor que ella, de talla
mediana, tono de piel y ojos claro. Vestía un poco más juvenil de lo que
aparentaban suaves arrugas en sus ojos, que sin embargo brillaban de juventud.
Tendría unos 30 años y lucía ágil y apuesto, con ojos rasgados que recordaban
por la intensidad de su mirada a los de un águila, pero por la inocencia de su
porte lo hacían ver como un conejito blanco indefenso en un bosque de amenazas
constantes. La voz sonaba interesante, un poco áspera y dulce a la vez, y en la
amplitud de aquel lugar resonaba como si viniese de todas partes.
-Igual que tú,
supongo- le dijo ella mientras se preguntaba por qué no lo había visto antes en
ese lugar que parecía estar vacío cuando ella llegó, o apareció ahí, no estaba
muy segura de cual.
-Sí, dijo él. Y
también se preguntaba cómo es que llevaba tanto tiempo ahí (o al menos así le
parecía) sin haberla visto, después de todo era una mujer joven y agradable a
la vista, no hermosa pero sí de cara bonita y ojos grandes y oscuros. “Me
recuerda a un gato” pensó. “¿Dónde he visto un gato antes?”
-¿Vas a esperar
todavía mucho tiempo?- preguntó ella
-Si, no lo sé.
Bueno eso creo ¿y tú?
-Tampoco lo sé,
pero estaba leyendo un libro para dejar pasar el tiempo. ¿Quieres leer un rato?
-Si por qué no,
tengo todo mi tiempo.
Ella comenzó
leyendo en voz alta la primera estrofa. Hablaba de estrellas caídas en la
tierra y de brujas y de seres mágicos. Les pareció interesante y ameno para
pasar un rato, así que siguieron turnándose el libro y leyendo en voz alta hasta
que lo terminaron.
-¿Y ahora qué?-
preguntó el joven.
-No lo se, ya
llevamos un rato aquí sentados y me duele la espalda, quizá haya que estirarse
un poco.
-Tengo un idea-
dijo él- vamos a caminar un rato. Y caminaron por mucho tiempo mientras él le
hablaba de paisajes maravillosos que recordaba haber visto en algún lado pero
no se acordaba en dónde. Ella nunca había visto lugares como los que el
describía, ni mucho menos escuchado la fuerza del agua ni conocido el olor de
las acículas sobre la tierra mojada, así que le pareció sumamente interesante.
Sabían que
habían pasado ya un largo rato leyendo y platicando y que debía de ser bastante
tarde a pesar de que la luz seguía intensamente iluminándolo todo, también
sabían que debían irse a descansar.
Al día siguiente
se volvieron a encontrar y de igual manera pasaron el día juntos haciendo cosas
que no habían hecho antes y al sentir el término del día se separaban cada
quién a su sitio para descansar. Al cabo de unos días, mientras escuchaban la
música de un aparato que él tenía y que ella jamás en su vida había visto antes,
él le preguntó si, ya que ambos estaban esperando algo y al parecer aun había
mucho tiempo que esperar, por qué no esperaban juntos. Ella pensó que era buena
idea y que así la espera sería un poco más interesante, a demás le agradaba descubrir
todas estas cosas que él le presentaba y a la vez recordar lo que ya sabía para
poder platicárselo a él. Así fue como a partir de entonces comenzaron a pasar
el tiempo que ambos tenían en esa habitación compartiendo anécdotas y creando
situaciones nuevas.
Era curioso que
nunca se preguntaban en dónde habían estado antes de encontraste en aquella
habitación ni tampoco cómo era posible que no hubieran notado su presencia sino
hasta ese momento. A menudo sostenían conversaciones acerca de qué harían cuando
su espera haya concluido, se preguntaban qué era precisamente lo que cada uno
esperaba, pero sobre todo hablaban de aquello que les gustaba hacer mientras
esperaban.
Los días se
sucedían como escenas de teatro, la realidad era interrumpida por las noches,
en las que simplemente no pasaba nada y reanudaba con los planes y la voluntad
de un nuevo día. Era algo natural para ellos saber cuándo descansar o cuándo
era momento de comer, y como la habitación parecía expandirse a medida que uno
se acercaba a sus paredes nunca se sintieron atrapados. Los objetos variaban
con ellos, y ambos fueron acumulando cosas de uso personal y de diversa índole
según sus gustos; no había divisiones de espacio y sin embargo jamás se
estorbaban, ni chocaban, ni les faltaba privacidad. Cuando tenían o deseaban
estar solos lo estaban, cuando querían compañía se encontraban, así de simple. Así
que el tiempo era lo que ellos eran, no un espacio que ocupar o en el cual moverse,
ellos eran su propio tiempo y su propio deseo, uno no puede dejar de existir y
por eso tampoco el tiempo deja de trascurrir nunca, pero tampoco había tiempo
perdido puesto que cada instante era ocupado por su existencia.
Lo que más les
gustaba era esperar juntos, leyendo, bailando o haciendo cualquier otra cosa.
Ella juntaba libros en un librero que no tenía fondo, pero por más que presionaras,
jamás dejaba caer un libro hacia el otro lado, a demás cada vez se llenaba más
y más y siempre había lugar para uno nuevo.
El amor no
existe en un espacio sin tiempo ni necesidades, mucho menos entre dos personas
que no hacen más que esperar el momento adecuado para… así que no se podría
afirmar que se amaran como nosotros lo entendemos. Simplemente esperaban en el
mismo espacio y sincronizaban su tiempo para que coincidiera uno con el otro.
Así pues, fue
como pasaron la eternidad hasta que (como todo), la eternidad se acabó. Sucedió
en un momento en el que jugaban a intercambiar fichas que valían por objetos,
para ganar una ficha había que demostrar una virtud, al obtenerla se tenía
derecho a conocer un secreto. Era divertido una vez que se comprendían las
reglas.
-¡Te gané de
nuevo!- dijo la chica, pido conocer un secreto. Cuéntame como es el fondo del
mar.
-Ya te dije que
no lo sé, que uno se siente feliz dentro pero nunca sabe realmente como es
porque siempre cambia.
-Entonces dime
otro secreto- pidió ella.
-Ya no quiero
esperar contigo- dijo de pronto él.
-¿Ya terminaste
de esperar? ¿A dónde iras ahora?
-No es eso, aun
tengo mucho que esperar.
-¿Por qué no
seguir esperando juntos?
-Porque ya me
cansé.
-¿Y ya sabes qué
esperas?
-No- dijo él y
bajó vista como si se avergonzara de hablar. Fue la primera vez que se dio
cuenta que esperaba algo que ni siquiera sabía qué era. Pero su pensamiento no
fue más allá ni logró tomar la forma de la consciencia, de cualquier manera
decidió no compartirlo con su compañera. Estaba seguro que no entendería de
cualquier forma.
Así es que desde
entonces se quedaron ahí, esperando en la misma habitación pero sin hablarse,
como antes de haber intercambiado las primeras palabras. Había veces en que
ella ni siquiera se daba cuenta de su presencia, como si estuviera sola otra
vez en aquella gran sala de paredes que se alejan si las quieres alcanzar y de brillante
luz inexplicable. Nada cambió realmente, con excepción quizá de que ahora
parecía haber más vida, es decir más tiempo; por ejemplo en las noches, en la
cama cuando intentaban dormir y nada ocurría, sucedía que también seguían
presentes, pero por poco tiempo. Después las luces se apagaban, y la vida
continuaba con el nuevo día. Como siempre. Esto quizá se debe a que el tiempo
que eran ambos se dividía en dos y a cada uno le tocaba la espera de un medio
del total, pero lo más probable es que solo fuera su imaginación ya que esto
era matemáticamente incoherente, lo cierto es que tenían más tiempo para
esperar. De cualquier manera de esto solo les quedaba la sensación. Rara vez
volvieron a hablar y en ocasiones cuando ella quería hacerle una pregunta, él
se encontraba distraído creyendo que estaba solo y no la oía, a veces también
pasaba que cuando él recordaba que estaban ahí los dos y quería comentar algo,
ella ya lo había olvidado. Cuando coincidían no encontraban de qué hablar por
más de unos breves momentos, y seguían esperando cada quién en su sillón
interrumpiendo lo que estaban diciendo como si se les hubiera olvidado. Y ahí
se quedaron esperando mucho tiempo más.
Esa noche durmió
profundamente hasta el amanecer después de varios días de acozante insomnio o
de sueños ligeros. A pesar del calor, de la preocupación, de la opresión en el
pecho y del intenso vacío en el vientre, se durmió casi al momento de tocar la
cama. La habían designado a ese horrible cuarto blanco de hospital y le habían
recomendado pasar la noche en él hasta el día siguiente, había sido sedada, así
que no contaba precisamente como noche de sueño tranquilo, pero de cualquier
manera estaba más serena y descansada. A la mañana siguiente se despertó con la
luz que entraba por la ventana al lado de su cama, de un sobresalto levantó el
cuerpo y trató de recordar qué le había pasado. Por un momento pensó que
llegaría tarde, pero la mente se despejó rápidamente del sueño y la sensación
de agotamiento le recordó en donde se hallaba. Se sentía agradecida por haber
despertado a ese nuevo día.
Lo único que
quería era salir cuanto antes de aquella habitación tan intimidantemente blanca
y solitaria. Sabía que el camino a casa lo haría sola puesto que no había
avisado a nadie, que el dolor en su vientre no era más intenso que el de su
conciencia y que este dolor a su vez no superaba al de su alma, pero aun así
sabía que era una mujer fuerte y sabría caminar sola a casa. Pero, sobre todo,
que él nunca sabría lo que había hecho.
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