Mal de amores
Aparentemente, el mal de amores es distinto para cada persona; sin embargo, la realidad es que se desarrolla de manera similar y deja sus profundas raíces en nuestras vidas más allá de lo que podemos imaginar.
Así funciona el mal de amores:
Al contrario de lo que se piensa, el mal de amores comienza mucho antes de notar signos de desolación. Se forja desde la felicidad plena, es la cama donde dos personas pasan horas haciendo el amor, luego mirándose, luego repitiendo todo hasta el cansancio. En ese momento brota una ligera sensación de miedo a perderlo todo, a perder lo que hasta el momento parece ser perfecto. El inevitable sentimiento de que nada puede ser eterno aunque parezca serlo, es el primer indicio del mal de amores. El miedo es el primer síntoma.
Cada quien deja de amar por razones diversas, unos por engaño, por inmadurez, por precipitarse al amor o por negarse a él; cada ser humano busca su pretexto para entrar y salir del amor, a veces es el pretexto del otro el que nos orilla, otras, ni siquiera sabemos cómo terminamos tan lejos de dónde solíamos jugar a amarnos eternamente. La cosa es que, antes de ser evidente el termino del amor, el mal de amores finge no saber qué pasa, pretende amar aun más fuerte y desesperadamente al otro. Esta es la etapa de las promesas eternas, de las pláticas sobre el futuro en las que el presente se vuelve irrelevante, es el momento de sacarle al otro juramentos de amor eterno, de entregarnos hasta exagerar nuestra entrega. Es aquí en donde los ojos miran la verdad y las palabras buscan construir lo que las miradas saben de antemano que no es posible alcanzar. La esperanza es el segundo síntoma del mal de amores.
Al final la torre que no se sostiene en sus cimientos, inevitablemente cae y aun sabiendo que así pasaría nos toma por sorpresa. El mal de amores comienza a manifestar sus signos de locura mas salvajes. Este es el momento en que el presente es tan dolorosamente largo que borra tanto al pasado como al futuro.
Es cuando uno cae en la tentación de huir, aunque sea por momentos, a lugares de la memoria más agradables pero termina topándose con el nefasto y doloroso presente; un presente largo que no termina de convertirse en futuro. Es una situación lamentable en la que nos sumimos pensando en historias desagradables y quizá deseando hasta morir, no porque la vida nos sea odiosa, sino porque el presente parece que no acabará nunca y pensamos que es la única manera posible de terminar con esa lamentable existencia. Esta etapa termina con la humillante pregunta y aun más detestable respuesta: ¿Me amas?, NO. La tercer etapa del mal de amores es el insufrible presente.
(El tiempo que uno tarda en percatarse que el presente no es más que un instante entre dos eternidades es tan relativo como la vida).
Al final, salvo unos pocos que mueren de amor (aunque se ha dicho lo contrario), uno sale del fondo del mar y da una larga y ansiosa bocanada de aire puro. La vida en este punto se vuelve tenue, nada deslumbra ni cega tanto. Por dentro, la vida conserva su ímpetu joven de antes pero, de nuevo pretendiendo, no esperar nada de nadie ni de la vida. Ahora se camina pensando que no hay sorpresas que nos encuentren desprevenidos, que las vicisitudes las conocemos de antemano y solemos ser quienes aconsejamos a otros para ser precavidos.
Así funciona el mal de amores, tenemos la mirada de quien lo ha vivido y lo sabe todo, sonreímos condescendientemente sin darnos cuenta de la mueca de derrota y en algunos casos, un poco de envidia. La cuarta etapa del mal de amores aparenta ser indiferencia e individualidad.
Con excepción de algunos masoquistas, la siguiente experiencia de amor resulta ser mejor que la anterior por la sencilla razón de que elegimos mejor, somos más fuertes y queremos revivir lo bello de compartir la vida sin miedo a perderlo todo de golpe. Sabemos que es mejor tener un testigo que tener un cómplice. Sabemos, además, amar un poco más, soportar un poco menos y esperar lo mejor del otro y de nosotros mismos.
Finalmente, la última etapa del desamor se presenta en forma de experiencia.
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